Parece llover sobre lo húmedo esta cubanísima frase, sin embargo, como dijera el título de un excelente libro de esta isla: “Viendo Acabado tanto Reino Fuerte…”, no puedo dejar de mencionarlo.
Y es que en Cuba se nos hace difícil no estar felices, a pesar de los avatares lógicos de la vida en tiempos modernos: carencias de un país del Tercer Mundo, acelerado ritmo de la vida, cambio climático, smog, trabajo… Sin embargo, no hay tarde que mi estadio de béisbol no se llene de muchachas hermosas que desprenden su energía, con el sano propósito de eliminar las libras de más, ni momento en el que las canchas deportivas no se inunden de balones de Básket, o de muchachones expertos en el juego de las Cuatro Esquinas…
Las calles de mi pequeño pueblo, se llenan de pequeños jugando al fútbol, aunque este no sea nuestro mejor deporte, y un barrio entero de espectadores sonríe ante el empuje energético de nuestros niños de hasta 12 y 13 años de edad.
Un pueblo triste no sería capaz de lograr estas cosas. La única vez que vemos a un niño descalzo en mi pueblo, es cuando sabe que después del Fútbol, las Cuatro Esquinas, o el juego del escondite, irá a saciar sus ganas de refrescar en las márgenes del grandioso Río Sagua.
Nada y es que somos felices, aunque las guerras, el cambio climático, y los demonios propios de este mundo nuestro ataque a otros rincones de este planeta azul.
Y somos felices sencillamente, desde que el 17 de diciembre de 1958, las tropas del Ejército Rebelde le entraron por el corazón a esta ciudad, y la llevaron para siempre, por los caminos de la Revolución Socialista.
Estoy seguro que hay más ciudades felices en este planeta Tierra; sin embargo no apostaría por las causas, y mucho menos si para llegar a ella tuvieron que absorber la energía vital de otros pueblos del mundo.
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